El uruguayo Mario Benedetti es autor de una vasta obra literaria (más de ochenta libros) que abarca poesía, novela, ensayo y relato corto. En este último género publicó, desde 1949 a 2010, casi dos decenas de libros, de entre los que destacan La muerte y otras sorpresas (1968), Con y sin nostalgia (1977), Cuentos completos (1986), La sirena viuda (1999) o Historias de París (2007).
A continuación podéis leer tres de sus cuentos: “Su amor no era sencillo”, “El sexo de los ángeles” y “El hombre que aprendió a ladrar”.
Mario Benedetti hace del cuento un promedio entre el poema y la novela, géneros que ha visitado con reconocida frecuencia. De hecho, El porvenir de mi pasado es en cierto modo una continuación de su último poemario, Insomnios y duermevelas (Visor, 2002), del que, como el autor advierte en la nota previa, incluso reproduce alguna página. La urgencia periodística de aquellos versos, que bosquejaban un desolador parte moral del mundo y un pronóstico que invitaba al llanto, es retomada aquí en unos apólogos que plantean situaciones típicas de la vida actual y la exhiben para que el lector juzgue por sí mismo. La diferencia es que en estos cuentos existe la voluntad de cubrirlo todo con una espesa capa de humor; humor negro pero nunca amargo, comprensivo del largo catálogo de suicidios, asesinatos, muertes trágicas, velatorios, viudeces, agonías, orfandad de los hijos de padres divorciados, exilios y síntomas de Alzheimer que aquí se exhiben. En Conclusiones, por ejemplo, la muerte misma toma la palabra: «Menos mal que no hay Dios, masculló la muerte con su voz cavernosa. Si hubiera Dios y viniera a disputarme el azar, no tendría más remedio que morirme». Sólo un poeta bendecido por el don narrativo podía acometer la osadía de pensar en la muerte de la muerte.
Relato corto de Mario Benedetti: Su amor no era sencillo
Los detuvieron por atentado al pudor. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse. En realidad, su amor no era sencillo. Él padecía claustrofobia, y ella, agorafobia. Era solo por eso que fornicaban en los umbrales.
Relato corto de Martio Benedetti: El sexo de los ángeles
Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas, se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato, nunca confirmado, de que los ángeles no hacen el amor, quizá signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales.
Otra versión, tampoco confirmada pero más verosímil, sugiere que si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos (por la mera razón de que carecen de los mismos) lo celebran en cambio con palabras, vale decir con las adecuadas.
Así, cada vez que Ángel y Ángela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y tentarse mediante el intercambio de miradas que, por supuesto, son angelicales.
Y si Ángel, para abrir el fuego, dice: “Semilla”, Ángela, para atizarlo, responde: “Surco”. Él dice: “Alud” y ella, tiernamente: “Abismo”.
Las palabras se cruzan, vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos.
Ángel dice: “Madero”. Y Ángela: “Caverna”.
Aletean por ahí un Ángel de la Guarda, misógino y silente, y un Ángel de la Muerte, viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe, sigue silabeando su amor.
Él dice: “Manantial”. Y ella: “Cuenca”.
Las sílabas se impregnan de rocío y, aquí y allá, entre cristales de nieve, circulan el aire y su expectativa.
Ángel dice: “Estoque”, y Ángela, radiante: “Herida”. Él dice: “Tañido”, y ella: “Rebato”.
Y en el preciso instante del orgasmo ultraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos, se estremecen, tremolan, estallan, y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.
Relato corto de Mario Benedetti: El hombre que aprendió a ladrar
Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desalineamiento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: “La verdad es que ladro por no llorar”. Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación.
¿Cómo amar entonces sin comunicarse?
Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendían, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta y dialogaban sobre temas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.
Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: “Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinás de mi forma de ladrar?”. La respuesta de Leo fue bastante escueta y sincera: “Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano.”
Libros de Mario Benedetti
Relato corto sobre padres e hijos
La biblioteca de los libros rechazados
Cuento corto de Mario Benedetti sobre el lenguaje (YouTube)
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