No revelo ninguna novedad al señalar la sutil barrera que separa al amante de la “lectura alternativa” del lector de la “literatura de adultos”. Salvo honrosas excepciones, no es habitual que los primeros se interesen –valgan los ejemplos– por el teatro de Shakespeare, las novelas de Isaac Bashevis Singer o los cuentos de Raymond Carver. Tampoco los seguidores de lo que ha venido a llamarse pomposamente la Gran Literatura suelen prestar demasiada atención al género fantástico, que va desde la novela épica a la ciencia-ficción pasando por la novela ciberpunk. Sin embargo, a veces surge un libro que une a lectores de uno y otro signo. Ése podría ser el caso de El señor de los anillos, de J.R.R Tolkien, profesor de Oxford y especialista en literatura medieval. Tolkien labró el camino a ese mundo mitológico de hobbits, elfos y hombres ya desde su primera publicación, El Hobbit (1937), que escribió para sus hijos, entonces unos niños.