En este relato de Gonçalo M. Tavares conocemos la historia peculiar de un viejo que, a sabiendas de que se está quedando ciego, tiene una ocurrencia que le permitirá, de manera parcial, leer todos los libros de la mayor biblioteca del mundo.
El cuento tiene quizá resonancias borgianas (Borges también se quedó ciego y también fue un gran lector de bibliotecas), si bien el autor argentino no es citado en la narración.
El escritor Gonçalo M. Tavares (narrador, dramaturgo y poeta), considerado portugués (aunque nacido en Angola) es una de las voces literarias en portugués del momento.
El autor, entre otros libros, de Historias falsas, un catálogo de historias que transitan entre la realidad y la ficción y que recuerda a Falsificaciones, de Marco Denevi.
Relato de Gonçalo M. Tavares: El viejo
Ya que no tenía tiempo para leer su contenido, el viejo quería por lo menos leer el título de todos los libros que existían en la mayor biblioteca del mundo. Es que, gradualmente, semana a semana, se estaba quedando ciego. Como no tenía tiempo para más su opción le pareció acertada. Si el título concentra lo esencial del libro y él leyese todos los títulos, se quedaría con lo esencial de una biblioteca entera.
Comenzó el día 1 de enero alrededor de las 8 de la mañana. Comenzó por el ala Norte.
Con la cabeza inclinada, ora hacia un lado ora hacia el otro, como si estuviese loco o tuviese una enfermedad, leía el título del libro en el lomo.
Para las estanterías más altas se colocaba encima de los escalones de una escalera de metal que existía para el efecto.
Con rigor exhaustivo iba arrastrando la escalera ligeramente hacia el lado para que ningún libro de las estanterías altas escapase a su mirada.
Era exhaustivo –no falló ni un libro– pero era lento. Sólo en junio entró en el ala Sur de la Biblioteca y su vejez mientras tanto había avanzado: estaba casi ciego. A aquel ritmo probablemente no conseguiría llegar al final de la segunda ala de la biblioteca. La muerte y la ceguera se acercaban al mismo ritmo.
Los bibliotecarios y los usuarios, en los últimos días lo incentivaban, algunos le ayudaban a transportar la escalera.
Casi me estoy quedando ciego, repetía el viejo. Y todos en aquella frase oían: casi me estoy muriendo.
Pero el viejo aún conseguía leer, aunque cada vez con mayor dificultad. Leía ahora como un niño que estuviese aprendiendo: letra a letra.

Llegó al último libro de la biblioteca. Con una extraordinaria dificultad leyó su título. Después se sentó, con la respiración jadeante. Instintivamente sonaron aplausos: los funcionarios y los usuarios de la biblioteca manifestaban su admiración por el hecho, por la perseverancia.
El viejo se sentó en una silla y allí se dejó estar.
Aún permanece allí, sin moverse, sentado en la misma posición. Habrá quien diga que está tan feliz que ya no se muere.
Traducción de Ana María Iglesias
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