Una novela sobre el terrorismo de ETA. Así nació ‘La casa de los sordos’

Ayer publiqué en Narrativa Breve una entrevista que le he hecho al escritor estadounidense Lamar Herrin, autor de la novela La casa de los sordos, donde narra un episodio de la vida de una familia norteamericana que trata de sobreponerse al atentado terrorista que ha sufrido una de las hijas cuando estudiaba en Madrid.

Siempre que entrevisto a un escritor pregunto por el origen del libro en cuestión. Lamar Herrin no solo respondió a la pregunta sino que además me ha enviado un texto en el que explica, de manera más exhaustiva, por qué decidió escribir La casa de los sordos (Chamán Ediciones, 2017, con traducción de Eloy M. Cebrián).

Novela sobre el terrorismo de ETA

Casa de los sordos: del hecho real a la verdad novelesca de unas víctimas norteamericanas de ETA

Durante dos años (1988-89 y 1994-95) fui director de un programa de estudiantes de la Universidad de Cornell en España.  El primer mes lo pasábamos en Madrid y el resto del año escolar en Sevilla. En 1988, mientras estuvimos en Madrid, los estudiantes fueron alojados en un colegio mayor cerca del Parque Santander, alrededor del cual algunos estudiantes hacían footing, al igual que yo. Años más tarde me enteré que un hombre, un norteamericano de mediana edad, haciendo footing en ese mismo parque, murió cuando un coche bomba de ETA estalló cerca de un cuartel de la Guardia Civil. Recuerdo que cuando oí esas noticias, me pregunté cómo habría reaccionado yo como director de un programa de estudiantes si uno de ellos hubiera muerto como una “victima inocente” de un acto de terrorismo. ETA siempre decía que los cuarteles de la Guardia Civil eran legítimos objetivos militares, pero los coches bombas matan a transeúntes que no tienen nada que ver con la Guardia Civil o, incluso, con el estado español.

Quería escribir una novela sobre el terrorismo, quizás, desafortunadamente, el fenómeno que mejor define nuestra época.  Los novelistas suelen escribir sobre lo que conocen o han experimentado, y, tras lo dicho arriba, en cierta manera yo podía decir que conocía a ETA de primera mano.  Por lo demás, cuando estaba enseñando en un colegio cerca de Barcelona en 1970-71, se celebraron los juicios de Burgos. Años después, en 1987, una bomba en el Hipercor en Barcelona mató a muchísima gente, una masacre.  También me acuerdo de bombas más pequeñas que ETA enterró en varias playas para asustar (y matar) a turistas. Y recuerdo asimismo que durante la dictadura de Franco, no podía evitar sentir cierta admiración por la resistencia que ETA ofrecía al régimen.  Entonces, era lógico que años más tarde, cuando decidí escribir una novela sobre el terrorismo, mucho de lo que acabo de contaros iba a figurar.

Las novelas tratan de personas, quizás personas que encarnan ciertas ideas, pero sobre todo personas, no figuras simbólicas, sino personas complejas y contradictorias, como suelen ser los seres  humanos. Para mí, como novelista, no hay personas totalmente  aisladas, hay miembros de familias, y me pregunté qué pasaría si una de las personas en la novela que quería escribir fuera una chica estudiando en el extranjero que solía hacer footing alrededor de un parque en Madrid, y otra fuera su padre, que tres años después de la muerte de su hija, acudiría a ese centro de estudiantes buscando respuestas a sus preguntas y, si no venganza, entonces una claridad tan nítidamente clara que llegaría a ser una forma de justicia.  La novela empezó de esa manera.  Resulta —algo que no tenía claro cuando empecé a escribir— que la estudiante que murió haciendo footing tenía una hermana menor que no estaba dispuesta a dejar que su padre desapareciera, y decidió seguirle a España.  Cuando empecé a escribir la novela no sabía cómo o dónde iba a terminar, pero cuando Ben Williamson, el padre, y su hija, Annie, llegaron a ser seres humanos independientes e imprevisibles, entonces estaba yo dispuesto a seguirlos.

Desde que publiqué la novela, House of the Deaf, en ingles en 2005, he leído dos libros del gran escritor vasco Fernando Aramburu.  Un libro de cuentos, Los peces de la amargura, y la novela Patria. En mi opinión, son los dos de una gran calidad literaria, dando la impresión de haber examinado (literariamente, claro) el problema vasco y el conflicto entre los independistas y el estado español desde todos los puntos de vista posibles. Y muy humanamente.  Desde todos los puntos de vista, menos uno, quizá.  Los actos de terrorismo —aunque sea un coche bomba aparcado y destinado a volar un cuartel de la Guardia Civil en Madrid—pueden traspasar fronteras, y cuando eso ocurre, implica al mundo entero. No hay víctimas inocentes, hay inocentes asesinados. No hay gente que se encuentra en un sitio equivocado en un momento inoportuno; hay gente muy inocente que muere aunque no tenga nada que ver con el País Vasco y el estado español.  Y cuando eso ocurre, el mundo de afuera entra al País Vasco, y esa gente de afuera también tiene derecho a ser escuchados.  El País Vasco —en el sueño de Sabino Arana, un paraíso de una sangre pura— se convierte en un país de una sangre turbulentamente mezclada. Gente nueva ha entrado —forasteros, extranjeros— y esa gente también quiere que sus historias se cuenten.  Es decir, hay que añadir un punto de vista más a los que Fernando Aramburu ha manejado tan magistralmente en esa historia de vascos y sus compatriotas españoles.  Me refiero al punto de vista del extranjero que, irónicamente, a raíz de los mismos actos de terrorismo que le han marcado, ha llegado a ser un visitante ineludible. Y es precisamente desde este punto de vista (la doble verdad, la del padre y la de la hija) que he querido narrar la novela Casa de los sordos.

Lamar Herrin

Valencia, 2017

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