Juan Van-Halen (Madrid, 1944), conocido por muchos por su actividad política (ha sido presidente de la Asamblea de Madrid y senador en las Cortes Generales, y actualmente ejerce como diputado en la Asamblea de Madrid), es también escritor e historiador.
Ha publicado decenas de libros de poesía y prosa, y ha ganado numerosos premios literarios.
Hoy recordamos un artículo suyo, “El libro viejo”, publicado en 1971, en el que desarrolla su afición por los libros de viejo (libros de saldo, libros de lance, llamadlos como queráis), que compartimos tantos lectores de ESCRIBIR Y CORREGIR.

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EL LIBRO VIEJO (Juan Van-Halen)
En esta época de lo funcional en que todo se moderniza, las cosas usadas han pasado a un plano de atención muy inferior al que tenían hace algunos años. El “mercado de segunda mano” ha languidecido. Algo de esto ha ocurrido con los vendedores de coches usados y con los libreros de viejo.
El libro viejo se ha hecho casi tópico literario o motivo de charla para los nuevos ricos que necesitanllenar tantos metros de estantería encuadernada en rojo. Aquí y allá se ha escrito de los libros de lance, y de sus vendedores, intentando agotar el tema. Pero no: el asunto está ahí, y me gusta aventarlo de vez en cuando mo un viejo tema querido.
El otro día me llegué a los puestos de viejo de la Cuesta de Moyano, y se me renovaron las simpatías hacia esos volúmenes de portadas amarillentas. Siempre he sido un defensor de los libros de viejo. Guardo para ellos una íntima, a veces tímida amistad. Quizá desde el mismo análisis de su propio concepto más conversacional que otra cosa, que no significa necesariemente que se trata de libros viejos ni de libros antiguos, sino que indica su carácter de mercancía de ocasión, de posible ganga.
He llegado a conocer el mercado de libros de viejo de la Cuesta de Moayano, y un poco los carritos del Rastro, cuando podían encontrarse en él cosas interesantes, desde una daga de la campaña del Cáucaso hasta una pintura de forma por sesenta duros. Eran los años de Solana, los años “felices”. Entonces su primer y aristocrático cronista era Ramón. Al primitivo mercado del libro viejo bajaban a menudo Azorín, Baroja y, a veces, los Machado. Algún librero amigo me habla de aquellos tiempos con nostalgia. Yo fui alguna vez con César González Ruano.
En mi último viaje a Moyano me di de lleno con ese mundo pintoresco del libro de lance. Sobre bandejas largas y destartaladas se ofrecen al curioso lector colecciones de revistas que dejaron de aparecer hace años y libros de texto de planes sin vigor; novelas itneresantes al barato y obras completas procedentes de alguna biena biblioteca. Todo un mundo revive y se acicala para mostrarse al posible comprador. Niños, maduros y viejos miden sus pasos de cara a los volúmenes, que se les ofrecen seductores, como si se dieran cuenta del importante papel que juegan.
Los libros de viejo tienen un mundo anecdótico, que muchas veces resulta apasionante. Guardan un “ex libris” de interés de algún dueño muerto cuyos herederos han venido al barato su biblioteca, o dedicatorias que sonrojarían a quienes iban dirigidas si el autor se encontrase con la obra en el mercado de ocasión, aunque César, que sabía bien de esto, me dijo un día que los avisados arrancaban la hoja antes de ofrecer el libro al vendedor de viejo.
Se dice que los libros de viejo han perdido atractivo, que la gente prefiere las modernas ediciones más cuidadas y muchas veces más ventajosas. Creo que no es así. El libro viejo es un objeto de historia, casi humano, con vida atrás de la que no se avergüenza. Cuántas cosas habrán visto los libros de viejo. Como todo, han tenido sus defensores y sus detractores. Baroja, Azorín, César y Federico Muelas, a quienes los libreros de viejo rindieron un homenaje, han sido o son amigos suyos.
De cualquier forma, en la Cuesta de Moyano, en el Rastro, en las pocas librerías de viejo que quedan en Madrid; o en los escaos carros ambulantes, ellos tienen su público como las vedettes maduras que continúan llevando una generación tras otras ante las tablas. La mejor defensa del libro viejo está en él mismo, en que existe; en que se vende; en que se lee. El libro viejo siempre tiene algo que decir, algo que observar. Creo que tiene vida propia y que cuando la casa duerme él habla y comenta con sus compañeros y con los otros libros nuevos, sin experiencia, cosas de su anterior dueño, quizá de otra ciudad, de otro país, de muchos años atrás.
Juan Van-Halen
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