
Hace ocho o nueve años hice una lectura en la cárcel de Badajoz para un grupo de presos que asistían a un taller de literatura. Como leí textos intimistas y desnudos que rescataban los momentos más oscuros de mi vida, los presos me identificaron como uno de los suyos (joder, no sé si esto suena bien o mal, pero fue así) y se volcaron en la lectura. Me llegaron a preguntar incluso si alguna vez había pensado en suicidarme. (Ahora que lo pienso, debería haber compaginado los textos «intensos» con algunas de mis humoradas literarias, para rebajar el tono).
Pero a lo que iba: uno de los miembros era la Tigresa, a la que ahora han puesto en libertad. Era uno de los asistentes más activos. Tenía -o al menos nos hacía creer que lo tenía- auténtico interés por aprender cosas sobre literatura. Durante toda la lectura se comportó como una persona -el adjetivo está de moda- proactiva, llena de vida.
No pude evitar pensar en lo mucho que agradecerían 23 familias (24, supongo, si contamos la suya) que en su juventud se hubiera formado como miembro de un taller literario y no como miembro de ETA. En este caso la literatura y sus muchos beneficios llegan con retraso.
Francisco Rodríguez Criado es escritor, corrector de estilo y editor de blogs de literatura y corrección lingüística.
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