“La víspera del 26 de septiembre de 1848, Edgar Allan Poe se detuvo en Richmond (Virginia) para visitar al médico John Carter, quien le recetó un medicamento a fin de paliar la fiebre alta que sufría. A continuación cruzó la calle y cenó en un local próximo. Sin darse cuenta se llevó con él el bastón con estoque del médico.
Poe iba a embarcarse en un vapor rumbo a Baltimore. Esta ciudad sería la primera escala en su viaje a Nueva York, donde tenía asuntos que atender. El barco zarpaba a las cuatro de la mañana del día siguiente y el trayecto duraría unas veinticinco horas.
A los amigos que lo vieron zarpar les pareció de buen humor y sobrio. Poe no pensaba estar fuera de Richmond más de dos semanas. Y ocurrió que se dejó el equipaje en tierra.
Esa fue la última vez que lo vieron hasta que lo encontraron moribundo en una taberna, en Baltimore, seis días después. Murió el día 7 de octubre de 1849”. Peter Ackroyd
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La locura de Poe, por Ernesto Bustos Garrido
Los estados de locura exigen diagnóstico, explicaciones y a veces también resguardos. No es suficiente afirmar que tal o cual persona está loca o fuera de sus cabales. Las extrañas conductas de esas personas buscan y exigen el cómo y el por qué. Edgar Allan Poe cada vez que escribía entraba en trance. Se le afiebraba la mente, perdía la noción del tiempo y desde su cerebro emergían el terror, el espanto, el miedo y esa serie de conductas que lo hicieron famoso. Después quedaba laxo, exprimido, exangüe, tirado sobre una silla y sin fuerzas para recomponer su cabello y sus vestimentas, para salir nuevamente al patio a respirar un poco de aire puro. Entonces bebía; bebía para alejar los demonios, y era tan profunda su demencia que requería “irse completamente” de este mundo para llevar los originales a un editor o a un periódico, donde le pagarían alguna suma de dinero que él llevaría a casa y matarles el hambre a los suyos.
Evidentemente, esta no es una explicación científica. El argumento, además, está lejos de querer sentarse en el trono de las verdades. Dicha esta advertencia (si es que alcanza para eso), tal cual está expuesta, constituye apenas una ponencia con unos leves toques de especulación sobre los porqués del autor de “Israfel”.

En el libro “Poe, una vida truncada” (Edhesa 2009), el biógrafo Peter Ackroyd cita muchos pasajes protagonizados por el autor de “El cuervo” en los cuales a continuación de un lapso de éxtasis creador, le sigue una gran borrachera hasta quedar prácticamente “borrado”. Cierto es también que las deudas, la mala fortuna, las enfermedades, los rechazos, sus frustraciones, la falta de un padre y una verdadera madre frecuentemente le pasaron factura.
Hubo en la vida del escritor varios factores que lo llevaron, prematuramente al cementerio, producto del exceso en la bebida.
En primer término, la muerte de su madre, la actriz Elizza Poe, a la que amaba, intensamente, a su manera.
Segundo, el abandono del padre biológico que se desentendió de su familia y no apareció nunca más. Era un alcohólico.
Tercero, la incomprensión y el desamor que le brindó su padre adoptivo, el señor Allan, que nunca apoyó todos sus planes y sueños.
Cuarto, la mala decisión de ingresar a la Acamedia Militar de West Point y las contrariedades con sus compañeros.
Quinto, los continuos traspiés en sus devaneos amorosos, enamorándose de mujeres casadas o con otro tipo de intereses.
Sexto, la falta de un reconocimiento fuerte y sostenido por sus dotes de escritor. Muchas veces la crítica del medio lo despedazó. Era un hombre que necesitaba del elogio permanente y sin condiciones.
Séptimo, la muerte de su querida Virgina, su bella prima con la cual se casó cuando ella tenía apenas 13 años.
Octavo, la muerte de Frances, su madre adoptiva, de la cual no alcanzó a despedirse, llegando al funeral cuando ella ya estaba bajo tierra.
Noveno, la falta de un trabajo permanente, obligándolo a vender su talento por unos pocos dólares y haciéndolo deambular por oficinas y odiosas antesalas a la espera de su aceptación como empleado o redactor. Siempre fue un pobre de oficio y paso tiempos miserables, incluso por no tener qué comer.
Décimo, su fracaso en los intentos de sacar una revista literaria, como él la había imaginado. Cuando encontró los medios o algún financista, botó el dinero en cantinas y cuchitriles de mala muerte.
Undécimo, el tener conciencia de que estaba loco o que algo extraño se apoderaba de su entendimiento, sumergiéndolo en peligrosos momentos de desequilibrio.
Duodécimo segundo, no encontrar en su familia y conocidos la solución real a todos los demonios y las dudas del alma que lo acechaban.
En resumen, bebía y bebía hasta perder la decencia y el conocimiento. Murió como indigente, delirando y pronunciando frases sin sentido para quienes estaban allí en esos cruciales momentos.
***
La fama y el reconocimiento llegaron tarde, cuando estaba ya bajo tierra en un cementerio de Baltimore. Verlaine y Rimbaud, Mallarmé y Baudelaire son deudores de su genio. Paul Valery le dijo a Gidi: “Poe es el único escritor impecable que hay. Nunca se equivocó”. Tennyson lo describió como “el genio más original que ha producido América”. Thomas Hardy lo consideró “el primero en desarrollar todas las posibilidades de la lengua inglesa”. Yeats creía que Poe era “ciertamente el mayor dde los poetas amercianos”. Las obras de ciencia ficción de Verne y H. G. Wells tienen contraída con él una gran deuda, y Arthur Conan Doyle rindió asimismo tributo a su dominio del género detectivesco. Nietzschue y Kafka lo honraron, vislumbrando en su triste carrera un bosquejo de sus propìas almas adoloridas. Fue, finalmente admirado por Dostoyevski, por Conrad y Joyce, que vieron en él al sembrador de la semilla de la literatura moderna.
El huérfano al final encontró a su verdadera familia.
(Cita de Peter Ackroyd)
Las aventuras de Arthur Gordon Pym, la única novela de Edgar Allan Poe
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