La infalible pluma estilográfica, un relato de Pedro Daniel Verdugo Romero

Una pluma estilográfica, un vagón, un detective, una historia anterior que conecta irremediablemente con esta…

En este relato corto de Pedro Daniel Verdugo Romero, «La infalible pluma estilográfica», nos ponemos en la escena de un hecho delictivo, que conocemos, en diversos momentos de la trama, desde el punto de vista de tres de los personajes.

Un relato concebido con los elementos de la novela negra.

Podéis seguir a Pedro Daniel Verdugo Romero en su blog El péndulo de Newton, un espacio literario con relatos cortos originales, reseñas culturales y mucho más.

Vergudo Romero es autor de la novela La falsa metáfora del péndulo de Newton

Relato corto de Pedro Daniel Verdugo Romero: La infalible pluma estilográfica

 

Anthony

Pasan unos minutos de la medianoche de un jueves rutinario. Los pasajeros del último convoy bajan en la estación de High Barnet, punto final de la línea Northern del metro de Londres que atraviesa la city de norte a sur. La mayoría tiene ese aspecto cansado y distraído de la gente que vuelve a casa después de una larga jornada de trabajo. Pocos minutos después, una brigada del personal de mantenimiento se dirige a los vagones con el objetivo de dejarlos en perfecto estado para la próxima salida, a las 5 de la mañana del día siguiente.

Anthony Burrell es el encargado de adecentar el primer vagón. Lleva diez años haciendo ese trabajo y le gusta: no hay excesiva presión y le deja tiempo durante el día para su gran pasión, que es tocar la batería con su grupo, Wild Dogs. Los mismos diez años que lleva esperando la llamada de un productor discográfico que les ofrezca grabar el disco que los catapulte a la fama.

Nada más poner un pie dentro del vagón, Anthony se da cuenta de que en uno de los asientos hay alguien inconsciente. Piensa que debe ser un borrachín que no se ha dado cuenta de que el metro ha cerrado. No es una situación inusual, ya que cada dos por tres los de la brigada de limpieza se encuentran al acabar el día a gente en similares circunstancias. Resignado a una situación incómoda una vez más, Anthony se acerca con parsimonia. Solo cuando se encuentra frente al tipo se percata de que está colocado en una posición un tanto extraña, con la cabeza girada y apoyada en un lateral y las piernas cruzadas. No parece el típico borracho de metro, sino más bien un ejecutivo que debe haberse quedado dormido. Anthony lo examina. Lleva unos caros zapatos italianos, un sombrero que le cubre la cara y una gabardina sobre un traje de raya diplomática. Con la mano izquierda aferra un maletín con cierre de combinación. A sus pies hay un ejemplar del día del Financial Times.

Anthony zarandea un poco al hombre, pero éste no reacciona. El operario se impacienta.

–¡Eh, amigo, despierte, ya es hora de volver a casa!

Pero el tipo sigue sin moverse. Anthony entonces le retira un poco el sombrero y comprueba que la posición del cuello de ese hombre es totalmente antinatural. Con cuidado, le abre las solapas de la gabardina, y solo en ese momento se da cuenta de que no está borracho ni dormido, sino que ha sido asesinado: alguien le ha clavado una pluma estilográfica en la yugular y al parecer se ha desangrado, tiñendo su bufanda Barbour y su camisa blanca Pal Zileri de lamparones y salpicaduras irregulares de color granate oscuro.

 

Josh

Josh White se ha levantado ese jueves a las seis y media. En noventa minutos debe entrar a trabajar, así que después de ducharse y desayunar ha cogido el metro y ha conseguido llegar con puntualidad a la fábrica del extrarradio de Londres donde se encarga de una sección de la cadena de montaje de cuadros electrónicos. Josh es un buen trabajador, apreciado por sus compañeros y respetado por los directores. Nunca se queja y siempre está atento a las incidencias de producción y a cubrir las espaldas de algún otro operario que necesite intercambiar el turno.

A mediodía Josh ha sacado de su maletín el sándwich que su hermana le ha preparado en el piso de protección oficial que comparten, consistente en dos rebanadas de pan untadas con mantequilla y rellenas con finas lonchas de pepino, queso en crema y salmón ahumado. Mientras devoraba el bocadillo ha estado discutiendo con sus compañeros de la buena posición del Tottenham y sobre sus opciones para arrebatarle el liderato de la Premier al Chelsea. Más tarde ha continuado trabajando con normalidad hasta las seis, el final de su turno. Tras despedirse ha salido en dirección al metro. Llovía y como no llevaba paraguas se ha subido las solapas de su chaqueta, ha encogido el cuello y ha apretado el paso hasta llegar a la boca de la estación. La segunda parte de su jornada está a punto de comenzar.

Josh llega unos minutos más tarde a la parada del Covent Garden, y como cada día desde hace cinco meses, se sienta en un banco del andén a esperar.

También como casi cada día, la persona a quien espera acaba apareciendo por el extremo opuesto. A veces Josh tiene que esperar tan solo unos tres cuartos de hora. Otras, la mayoría, su objetivo no llega hasta casi las once o las once y media. El cabrón trabaja a base de bien, suele pensar Josh. Cuando el tipo sube al tren, él también lo hace, mezclado con el resto de la gente, esperando su oportunidad. Pero ese momento único en el que  todos los astros se alinean para propiciar la situación que necesita nunca llega. Hasta ese jueves que había comenzado como cualquier otro pero que puede acabar de forma muy distinta.

Por primera vez en esos cinco meses, en la parada de West Finchley se han quedado los dos solos en el vagón. Josh sabe que el otro se baja en la parada siguiente, por lo que ve claro que va a disponer de esa oportunidad única durante el trayecto entre las dos estaciones. El tipo de la gabardina sostiene en sus manos un periódico y parece distraído mientras rellena el crucigrama con su pluma.

Así que mientras el tren atraviesa el túnel, Josh hace un movimiento rápido, se aproxima a su víctima, le arrebata la pluma de la mano y antes de que pueda protestar se la clava en la yugular. Josh aprieta todo lo que puede y presiona con la mano libre la boca de aquel tipo mientras le dice en un susurro.

–Esto va por mis padres, bastardo.

Poco antes de llegar a la siguiente estación, el tipo ya no se mueve. Josh le cierra la gabardina y le baja un poco el sombrero para que parezca que está dormido. Cuando el convoy se detiene, sale del vagón. No hay pasajeros esperando entrar. Las manos de Josh están teñidas de rojo y un sudor frío empapa su frente. Sube las escaleras y llega a la calle sin cruzarse con nadie. Desde allí hay cuarenta minutos andando hasta su casa, pero no le importa. Por primera vez en mucho tiempo tiene motivos para sonreír. Por fin el plan de su venganza se ha convertido en una realidad.

 

Trevor

Pasadas la una de la noche, el inspector Trevor Mac Millan de la policía metropolitana de Londres contempla en el vagón de metro el cadáver del señor Alfred Hammond, alto funcionario del ayuntamiento de Londres según le ha informado Aldus Gresini, uno de sus ayudantes. El asesino o asesinos no se han llevado la cartera, ni el maletín, ni al parecer nada de dinero. Ni siquiera la cara pluma Mont Blanc con la que le han matado. Parecer ser, por tanto, un asesinato premeditado en lugar de un robo, y él cree tener la solución a ese enigma. Para estar seguro, llama por teléfono a la central.

–Johnson, ¿me puedes confirmar si el señor Hammond era el funcionario que firmó por parte del ayuntamiento el contrato para las obras de mejora del edificio Greenfield?

–Así es, inspector. Tenemos incluso fotos del acto.

–De acuerdo. ¿Me puede enviar esas fotos por whatsapp?

Tras recibirlas y comprobar las imágenes en su móvil, Mac Millan se acerca a Gresini y le dice.

–Aldus, creo que ya sé lo que ha pasado.

Gresini le contesta escéptico.

–¿Está seguro, inspector?

–Diría que sí. Verá, este hombre fue el responsable público de que la torre Greenfield fuera revestida con un material prohibido y altamente inflamable, el polietileno.

–¿Greenfield, el bloque de viviendas sociales que se incendió hace seis meses, donde murieron más de sesenta personas?

–El mismo. Así que solo tenemos que obtener un listado de las víctimas del incendio e investigar a sus familiares y amigos. Entre ellos está quien le ha matado, deduzco que en venganza por aprobar aquella restauración que luego se reveló tan peligrosa para la seguridad de la torre y de sus habitantes.

–¿Y cómo puede estar tan seguro?

En las fotos que Mac Millan le enseña a su ayudante se ve cómo Alfred Hammond está firmando el contrato con la empresa de restauración de la torre. La pluma estilográfica con la que lo firma es la misma que ahora está clavada en su cuello.

–Una Mont Blanc Meisterstück 149 con plumín artesanal de oro, Gresini. Con esa pluma uno nunca falla, se lo aseguro.


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