Por Ernesto Bustos Garrido
Las novelas basadas en hechos reales no tienen por qué ser una copia exacta de los acontecimientos verdaderos. Este principio en literatura, a veces, no es entendido del todo por los lectores. No aceptan que el autor tome sólo una parte de la realidad y el resto lo invente. Un ejemplo de esta situación es la célebre novela de Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura en el año 1954, Adiós a las armas . En ella Hem narra la historia de un soldado herido que se enamora de la enfermera que lo cuida en el hospital, durante la Primera Guerra Mundial. El soldado es sin duda él mismo y la enfermera existió con nombre y apellido. Se llamaba Agnes von Kurowsky y era seis o siete años mayor que él. “My dear boy”, le decía ella, mientras el joven soldado se recuperaba de una grave herida en una pierna, producto de haber recibido fuego de metralla mientras recorría como camillero o asistente de intendencia las trincheras de las fuerzas italianas, en la Primera Guerra Mundial.

La existencia de Agnes como base para el personaje de ficción no era un dato muy conocido, hasta que Leicester Hemingway publicó en 1961 un libro sobre su hermano, el escritor. Leicester Hemingway visitó a Agnes en Key West donde la exenfermera residía, mientras investigaba para su libro. Agnes le dio algunas fotografías de su álbum de recuerdos, que ahora se guardan en los archivos de la Fundación Hemingway.
El escritor confesó con los años que él se enamoró brutalmente de la joven y que le propuso matrimonio. Asegura, asimismo, que ella estaba de acuerdo, pero por distintos motivos el enlace no llegó a consolidarse. En el transcurso de 1918, Hemingway regresó a Estados Unidos y ella también, pero separados. La historia real dice que nunca volvieron a reunirse. En 1919 Agnes le envió una carta al joven Hemingway dando por terminada la relación. El conoció en Canadá a su primera esposa, Hadley Richardson, y Agnes, por su lado, se casó con Howard Preston («Pete») Garner el 24 de noviembre de 1928 mientras se encontraba con la Cruz Roja en Haití.
Existe otro detalle que condimenta la historia verdadera. Agnes sostiene que su relación con el joven Hemigway fue solo una cuestión platónica. Sin embargo, él asegura que aparte de los sentimientos, ambos fueron amantes. Cuando ella conoció estas declaraciones aseguró que ella nunca “fui una chica de ese tipo”. ¿Se podrá algún día conocer la verdad, si esta tuviera alguna importancia?
Lo concreto es que Hemingway escribió quizá su novela más famosa, Adiós a las armas, teniendo como telón de fondo su affaire con la tierna enfermera de Italia, hija de un padre alemán, como lo hizo con Por quién doblan las campañas, que estaba basada en su experiencia vivencial en el frente de batalla, durante la Guerra Civil española.
Un relato muy breve
Otra prueba del uso de sus episodios reales de vida es el cuento “Un relato muy breve”. Este es particularmente cercano al capítulo de Hem con Agnes en el hospital donde él se curó de las heridas recibidas en su primera experiencia de guerra.




“Un relato muy corto” o “Un cuento muy corto”, si se prefiere (el título original es “A very short story”) es del año 1924 y Hemingway la incluyó en la primera edición de su libro de relatos conocido como En nuestro tiempo (In our time), editada en París con la ayuda de algunos mecenas. En este libro también están los cuentos “En el muelle de Esmirna”, “Campamento indio”, “El médico y su mujer”, “El fin de algo”, “El vendaval de tres días”, “El luchador”, “El hogar del soldado” (“Soldier’s Home”, 1925), “El revolucionario”, “El señor y la señora Elliot”, “Gato bajo la lluvia”, “Fuera de temporada”, “Cross country en la nieve”, “Mi viejo”, “Río de dos corazones I parte” y “Río de dos corazones II parte”.
En esta edición se repiten dos de los tres relatos del primer libro conocido del escritor (Tres relatos y diez poemas, editado el año 1923), «Fuera de temporada» y «Mi viejo”, y no así el cuento «Allá en Michigan», que sí forma parte de «Tres relatos».
Cuento de Ernest Hemingway: Un relato muy corto
En las últimas horas de una tarde calurosa lo llevaron a la azotea y desde allí podía dominar toda la ciudad de Padua. Las chimeneas se perfilaban sobre el cielo. La noche tardó poco en llegar y entonces aparecieron los proyectores. Los otros bajaron al balcón, llevándose las botellas. Hasta donde estaban Luz y él llegaba el bullicio. Luz se sentó en la cama. Estaba fresca y lozana en la noche cálida.
Luz cumplió el servicio nocturno durante tres meses y todos estaban contentos. Ella lo preparó para la operación, y aquel día le dijo en tono de broma: «Si no se porta bien le pondré un enema.» Después vino el anestésico y él no pudo decir disparates en aquel difícil momento. Cuando empezó a utilizar las muletas solía tomar las temperaturas para que Luz no tuviera que levantarse de la cama. Había pocos pacientes y todos estaban enterados. Todos querían a Luz. Mientras regresaba por los pasillos pensó en Luz, acostada en su cama.
Antes de que él volviera al frente, los dos fueron a rezar al Duomo. Estaba oscuro y en silencio, y había otras personas orando. Querían casarse, pero no había tiempo suficiente para las amonestaciones y ninguno de los dos tenía la partida de nacimiento. Vivían, en realidad, como marido y mujer, pero deseaban que todos lo supieran para no correr el riesgo de perder esta condición.
Luz le escribió muchas cartas que él recibió después del armisticio. Un día le llegaron quince cartas juntas al frente, y las leyó de cabo a rabo después de clasificarlas por fechas. Le hablaba del hospital y de cuánto le quería. Le decía que le era imposible vivir sin él y que lo extrañaba de un modo horrible por la noche.
Después del armisticio acordaron que él volvería a su patria para conseguir un empleo que le permitiera casarse. Luz no regresaría hasta que él tuviera un buen trabajo, y entonces se encontrarían en Nueva York. No iba a beber más, por supuesto, y no necesitaría ver a sus amigos ni a nadie en los Estados Unidos. Solamente obtener el empleo y casarse. En el tren que los condujo de Padua a Milán tuvieron una disputa porque la mujer no estaba dispuesta a volver en seguida. Se despidieron con un beso, en la estación de Milán, pero el altercado no había concluido. Para él fue muy desagradable decirse adiós de esta forma.
Se fue a América en un buque que salió de Génova. Luz regresó a Pordonone, en donde se inauguraba un nuevo hospital. Era un lugar soli-tario y lluvioso, y en la ciudad se había acuartelado un batallón de arditi. Aquel invierno, en medio del fango y de las lluvias, el comandante del batallón enamoró a Luz. Era el primer italiano que conocía. Al fin, se decidió y escribió a los Estados Unidos diciéndole que entre ellos sólo existió una amistad infantil. «Perdóname. Es probable que ahora no comprendas, pero quizás algún día llegues a perdonarme. Entonces me agradecerás esto. Espero casarme para la primavera, aunque todavía no estoy segura. Te quiero como siempre, pero me he dado cuenta de que nuestro amor sólo ha sido una cosa de chicos. Espero que progreses, pues creo en ti. Y te aseguro que es mejor que las cosas hayan terminado de esta manera.»
El comandante no se casó con ella en la primavera ni en ninguna otra estación y Luz no recibió nunca respuesta a la carta que envió a Chicago.




Relato corto de Ernest Hemingway: El fin de algo
Hemingway escribe sobre la guerra civil española. El País
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