El diario de Martina, de Enrique Calicó

Creo recordar que fue Séneca –cito de memoria– quien dijo que es el esfuerzo quien se encarga de llamar a los mejores. Si esto es cierto, Enrique Calicó, el autor que hoy nos acompaña, es una de esas personas llamadas a estar entre los mejores.

Conozco a Enrique desde hace varios años, tiempo que me ha servido para constatar el esfuerzo, la vitalidad y la pasión que imprime en todo lo que hace, sea en el ámbito de la empresa o de la escritura creativa, dos territorios indómitos y pedregosos aunque llenos de encanto y posibilidades.

Lo primero que leí de él, hace seis o siete años, fue una de sus obras de teatro, que él llama “teatrillos”, con las que felicita la Navidad a sus familiares y amigos. Estos cuadernillos, muy bien editados, con ilustraciones de Pilarín Vallés, han alcanzado este año la vigesimosegunda edición. 22 años lleva Enrique, pues, poniendo todas sus energías y su dinero (pues estos teatrillos son un regalo en el sentido estricto de la palabra) para felicitarnos la Navidad, cuando la inmensa mayoría nos limitamos a enviar un wasap o una postal o hacer una llamada telefónica.

Pero estos teatrillos del abuelo, que dan vida a una familia tradicional católica, no son la única aportación de Enrique a la literatura. Ha publicado entre otros libros sus memorias (obras de teatro), vidas de santos (de San José Oriol y del padre Pío), Momentos de un catequista, así como numerosos artículos en revistas y periódicos digitales católicos.

En el libro que hoy presentamos, El Diario de Martina, publicado en la editorial barcelonesa La vocal de lis, Enrique aborda el diario novelado, o la novela en forma de diario, como se prefiera, para ofrecernos las vicisitudes de una mujer viuda que, cinco años después de la muerte de su marido, parece haber perdido la alegría. Sus amigas, conscientes de esa transformación anímica, deciden organizar un viaje a París para celebrar que Martina cumple setenta años.

El diario de Martina
  • Calicó Bosch, Enrique (Autor)

Conocemos como “novelas de iniciación a la vida” aquellas en las que un joven (o una joven) comienza a abrirse al mundo de los adultos y de los sentidos para vivir nuevas experiencias, a menudo amorosas, que marcarán un antes y un después en su vida.

Martina ya no es una jovencita, pero es una mujer en cierta manera adocenada y desvalida, y ese viaje a la capital francesa supone para ella un nuevo comienzo. Podríamos decir, de manera atrevida, que El Diario de Martina es algo así como una novela no de iniciación a la vida sino de “reiniciación a la vida”. Poco a poco, Martina redescubre el mundo y se redescubre a sí misma. París fue el inicio de esa etapa vital, pero después vendrían Barcelona, Lourdes o Nueva York. Martina, no cabe duda, ha renacido.

Por estas páginas se pasean una colección de personajes secundarios que pululan alrededor de Martina, sin los cuales esa epifanía de la que hablamos no se produciría: sus amigas Dora e Irene; un pintor llamado Néstor; Ginés, un viejo amigo al que hacía mucho que no veía; Isidoro, ese vecino atento pero algo aburrido que ha perdido a su esposa y a quien se le cae la casa encima; su hija Anastasia, que vive en Estados Unidos con su marido y sus dos hijos; Antonio, un cubano muy simpático al que conoció en Central Park; y, sobre todo, el espíritu de Hugonito, su marido, fallecido hace cinco años y cuya huella se hace sentir en el corazón de Martina de forma inequívoca. Y así la buena mujer descubre, por decirlo con sus propias palabras, que es “romántica, sensible y apasionada”. Es decir, descubre que le falta mucho camino por andar.

Nuestro personaje tuvo una convivencia agradable y amorosa con su marido, pero quizá es ahora, con la carga de su ausencia, cuando logra comprender mejor que nunca la profunda religiosidad de Hugonito, que ella no compartía (o que al menos creía no compartir).

Asistimos pues al renacimiento de una vida, tocada, en diversos frentes, por personajes que, como el propio autor que hoy nos acompaña, exhiben vitalidad, optimismo y buenos valores.

No quisiera extenderme más en la trama de este libro, ni abundar en la importancia que tiene cada uno de esos personajes secundarios en el renacer de Martina: los diarios se escriben para ser leídos, no para ser resumidos y, mucho menos, fusilados. Diré, no obstante, que El Diario de Martina se lee como un canto a la amistad, a la fidelidad, a la vida, al optimismo, al sentimiento religioso. Al contrario de gran parte de la literatura que se escribe hoy día, los libros de Enrique Calicó en general y El diario de Martina en particular retratan un mundo no desalentado sino vitalista en el que siempre tendrá cabida la esperanza.

Barrunto que a Enrique Calicó le faltan bastantes libros por escribir y por publicar, algo que agradecemos sus lectores y que contaría con el beneplácito del mismísimo Séneca.

Francisco Rodríguez Criado

Texto leído durante la presentación de El Diario de Martina, el 28 de noviembre de 2018, en la librería EL OLOR DE LA LLUVIA

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