LIBERACIÓN
Pensaba en su colección de máscaras y en sus caras más visibles, fingiendo lo que no era, sus dobles con diferentes rostros –como los actores en el escenario–, modificando sus percepciones y pensamientos, voces que podrían ser las de otros seres, en la autoimagen que aceptaba como verdadera cuando compartía con los demás su imagen pública reprimida y complaciente. Y en su sombra oculta, a veces sintiéndose culpable, en sus prejuicios y complejos, en cosas que no deseaba que los demás vieran, que mantenía en secreto porque se consideraban reprobables o demasiado íntimas. A veces soñaba con hechos que no habían sucedido pero que podrían ocurrir en algún momento, como aquella noche en que se vio rodeado de personas, algunas conocidas, otras no, que jugaban al juego de las calificaciones –él sentado en el centro–, le iban poniendo notas de 1 a 5, cuestionando sus acciones y actitudes, y el promedio era 2, viendo como los otros lo veían y no como él creía verse. Recordaba los diálogos, de forma permanente y sin respiro, entre su yo y su alter ego, en la vigilia y en los sueños y pesadillas, sus dudas, incertidumbres y creencias, sus victorias y fracasos pasajeros, en su trabajo o con su familia y sus amigos, los que creía sus verdaderos amores, y sus desvaríos, que a veces lo conducían a la autodestrucción y al sin sentido. Fue entonces que decidió escapar de sí mismo, de una vez y para siempre, salir de todos sus yo inciertos, de su personalidad ambivalente, de su condicionamiento social, terminar con su larga y ansiosa espera de libertad, usando un lenguaje de palabras y símbolos ignorados, buscando una identidad única e irrepetible, rehacerse en otra dimensión desconocida, una quimera de inmanencia por el resto de su vida, su verdadero yo eterno sin ningún doble posible, venciendo los miedos que provocaban la aparición de su otro yo y su sombra, su mala conciencia, y sus efectos amenazantes y siniestros, mostrar sin cobardía lo que mantenía en secreto, sin rendirle cuentas a nadie. ¿El yo, mi otro yo, mis máscaras, mis sombras, una ficción, una construcción mental, un sueño? Y qué me importa –se dijo. Y se sintió libre como un dios, alejado de ese mundo inauténtico en el que no quería vivir y no se preguntó ya nunca más por el sentido de su vida ni de por qué estaba en esta Tierra, tan extraña y odiosa para él.
DIOS, GRADO 34
¡Soy el grado 34! –dijo Dios intempestivamente, interrumpiendo el ritual que se celebraba en la logia masónica. ¡No reconocemos ese grado, el máximo es el 33! -replicó el Gran Maestro en forma iracunda al intruso insolente-, lo de más arriba es el símbolo de Horus, el ojo que todo lo ve en la cúspide de la pirámide incompleta, y el Gran Arquitecto no necesita grado. De acuerdo, como ustedes quieran llamarlo -retrucó Dios, recordando también su adoración a Baphomet o Lucifer, el portador de la luz, para ellos, y para él, simplemente Satanás, el anticristo. Pero piensen ustedes un momento en la diferencia –continuó más persuasivo–, sumen 3 + 4 y les dará 7: el 3, del cielo, más el 4, terrenal, el número perfecto, el número sagrado, que tiende a realizar todas las cosas, es el dispensador de la vida y fuente de todos los cambios e influyente en todos los seres sublimes, el número mágico de mi poder absoluto y creador -concluyó con suavidad el Ser Supremo. La logia disidente, tras esta impecable explicación sobre la supremacía y la palabra de Dios y del valor insuperable del número 34 (3+4), cambió sus estatutos, y decidió elevar en un grado la escala del saber y del conocimiento y colocó a Dios en la cúspide de la pirámide, borraron el ojo de Horus y esta terminó siendo completa y perfecta. Gracias a Dios.
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Última actualización el 2023-12-05 / Enlaces de afiliados / Imágenes de la API para Afiliados