«Vos, señor, sois tan grande caballero como no se ha conocido en los siglos pasados, ni conocerán los venideros. Basta con que os levantéis al punto de esa postración donde os ha dejado un mal suceso, agarréis la lanza y montéis de nuevo en vuestro fiel rocín. Yo estaré a vuestro lado como siempre, protegiendo entuertos y desfaciendo doncellas para más gloria de la gloriosa orden de caballería andante.
No puedo, mi buen Sancho, pues di promesa de retirarme durante un año; y aunque así no fuera, poco hay que hacer, que mis fuerzas han decaído y vejez y cordura llegaron juntas, como dos buenas hermanas, como manto gris sin matices ni colores. Anhelo la muerte si no puedo amar ni sentir como antes. Dicen que estaba loco y ¡ojalá me diera Dios de nuevo la locura!».
Don Quijote de la Baja Sajonia. Un diálogo entre don Quijote y Sancho
¿Por qué estáis tan triste, mi señor? Que se me va el alma viéndoos languidecer en ese lecho de dolor, agotado por fiebres y melancolías, derramando amarguísimas lágrimas y consumiéndoos todo, pues no coméis ni un mendrugo de pan y no bebéis sino un poco de agua, qué digo ya vino, y pasáis las noches entre lamentos y suspiros como un condenado a galeras.
Ay, amigo Sancho, que me duele el alma por las maldades y falsedad de los hombres, porque he dejado en esa playa de Barcelona, frente al de la Blanca Luna, mis sueños e ilusiones de la caballería andante. Bien veo ahora que no soy aquel que me creía, capaz de enderezar entuertos y proteger doncellas, un invencible caballero ungido con las armas de la fe y la esperanza.
Vos, señor, sois tan grande caballero como no se ha conocido en los siglos pasados, ni conocerán los venideros. Basta con que os levantéis al punto de esa postración donde os ha dejado un mal suceso, agarréis la lanza y montéis de nuevo en vuestro fiel rocín. Yo estaré a vuestro lado como siempre, protegiendo entuertos y desfaciendo doncellas para más gloria de la gloriosa orden de caballería andante.
No puedo, mi buen Sancho, pues di promesa de retirarme durante un año; y aunque así no fuera, poco hay que hacer, que mis fuerzas han decaído y vejez y cordura llegaron juntas, como dos buenas hermanas, como manto gris sin matices ni colores. Anhelo la muerte si no puedo amar ni sentir como antes. Dicen que estaba loco y ¡ojalá me diera Dios de nuevo la locura!
Quién dijo muerte cuando hay tanta vida a su alrededor, tan buenas tajadas que llevarse a la boca y el vino para pasar los malos tragos, tan discretas y lozanas doncellas paseando su picardía por esos campos de Dios, que da gusto mirarlas, y de no estar yo casado por la santa iglesia con mi buena Teresa, de seguro que cometía yo una barbaridad como me llamo Sancho.
No mientes a la Iglesia que nadie le ha dado vela en este entierro, bastante daño tenemos con sufrir al Estado, el otro gran dueño y señor de nuestras vidas y haciendas, que de las almas se ocupa la cristiana institución.
Mi señor don Quijote, no sé de qué habláis, pues soy un hombre sencillo del pueblo llano y jamás me hice preguntas más allá de mi corto entendimiento. De seguro que, como vos decís, con la Iglesia hemos topado en nuestras pláticas. No quiera Dios que topemos nunca con el Tribunal del Santo Oficio, que tengo entendido aligera por igual almas y haciendas, llevándolas al cielo por la vía más rápida, e incluso con un cierto olor a chamusquina que dicen acompaña los tardíos arrepentimientos.
Eso es cosa del pasado, Sancho, y mira que me enfadas con tus impertinencias de rústico, pero todo sea enhoramala, que bien hemos nacido y mal hemos de morir. Muérome yo cada día un poco más, y no encuentro a mi alrededor nada que me sostenga en este mundo. Perdido el honor en singular combate, despreciado por mi dama, la simpar Dulcinea del Toboso, y viéndome obligado a mantener la palabra dada al caballero que me venció…
¿El bachiller Sansón Carrasco? Ese es tan caballero como yo cura. Que me ahorquen si entiendo por qué se disfrazó de esa manera para causar tan grande daño a vuesa merced, ni qué le iba a él en eso. Pero me barrunto que algo se acordó en el pueblo para poner término a nuestras descomunales hazañas, que la envidia y la vanidad son malas consejeras y arrastran a los hombres a las acciones más viles.
Bien dices, Sancho, que el hombre es víctima de sus malas pasiones y que por ellas se condena, no ya en el otro mundo, sino en éste, cual me ha ocurrido a mí por soberbia y arrogancia, por querer resucitar la orden de la caballería andante en unos tiempos descreídos y canallas. He sido víctima de un engaño que ha servido, al menos, para quitar la venda que cubría mis ojos. Ahora estoy más lúcido, amigo Sancho, pero también más vacío y desilusionado. ¿Es que la vida consiste en eso, en ir abandonando ilusiones a medida que crecemos y maduramos, hasta acabar con la última ilusión, que es la de la mesma vida, para encontrar la única certeza, que es la de la muerte?
Grandes palabras son esas, señor, pues no le conocía yo esa faceta de filósofo además de la de caballero andante, ni para nada la menciona el autor de nuestras hazañas y correrías, un tal Avellaneda de nombre, como le dijeron en la imprenta que visitó vuesa merced en Barcelona.
Te equivocas, Sancho, ese tal aragonés y vecino de Tordesillas no ha compuesto sino una sarta de mentiras, pues, ¿cómo se explica que estando nosotros en Barcelona, dice su libro que fuimos a Zaragoza? Pero descuida, que a cada cerdo le llega su San Martín. La verdadera historia es de la mano de ese sabio erudito mahometano, Cide Hamete Benengeli, cronista de mis infatigables andanzas y brillantes aventuras, aunque concedo que en alguna me falló la suerte.
¡Y dice que ha recuperado la razón! ¡Pues no vio vuesa merced con los propios ojos y yo he escuchado referir que allí se imprimía la Segunda Parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha!
Válgame Dios que eres rústico y duro de mollera, Sancho, ese Avellaneda es un falso y un malandrín de desangelado ingenio. Más bien me inclino a pensar, ahora que he recuperado la razón, que ese historiador arábigo sea disfraz bajo el que se oculta el auténtico dueño de nuestras acciones y pensamientos, un tal Cervantes o Saavedra, que dicen pasó en cautiverio morisco unos cinco años y luego regresó a tierras de cristianos para embaucar a los tontos y provocar la risa en los listos, y así llenar su bolsa y medrar.
Bien decís que el tal Saavedra estuvo preso de los turcos en Argel, pues así lo oímos referir al cautivo en la primera parte de nuestra verdadera historia. Y aún diría más, que allí se le alaba como esforzado soldado español que libró con bien en manos del cruel renegado Azán Agá. De Cervantes nunca oí hablar.
No pudiste oír hablar de él, ni yo tampoco, pues fue uno de los que perdonó el cura en la quema de libros de mi biblioteca.
¿Y cómo lo sabe vuecencia, si, como dice, no estuvo presente en esa famosa quema y escrutinio de libros?
Ay, Sancho, desde que caí en desgracia de la orden de caballería andante he entretenido mis ocios y tristezas con el mejor amigo del hombre, que es el libro, y así he venido a leer la historia del caballero de la triste figura, llegando por ello a averiguar que el autor de La Galatea, “más versado en desdichas que en versos”, es asimismo el que compuso las aventuras que nos han traído hasta aquí.
¿Tan desdichado fue ese señor Cervantes como decís? Siendo así, nunca alcanzaría fama ni dineros; pues la una sin los otros no es nada.
Al contrario, Sancho, que gracias a nosotros pudo don Miguel de Cervantes poner término a una vida de escasez y desplantes, para alcanzar no poco reconocimiento y algo de comodidad en sus últimos años. Llegó la cosa a tanto que he oído decir que su nombre campea hoy famoso por todo el mundo y sirve de bandera para dar a conocer esta nuestra lengua castellana a propios y extraños.
Más bien a extraños, que los propios ya la saben hablar, bien o mal. ¿Así que el tal Cervantes anda en boca de maestros que los españoles hemos traído a lejanos países, en tierras de tudescos, franchutes o italianos, como punta de lanza o pica que antes se ponía a la fuerza en Flandes, y ahora se hace entrar suavemente mediante la persuasión y la palabra?
Y aún más lejos ha llegado Cervantes con su nombre, aunque no gracias a ese que dicen Instituto, sino por sí mismo, que la historia de mis verdaderas hazañas publicadas en dos partes ha dado la vuelta al mundo y ha sido traducida a multitud de lenguas. Más bien creo que muchos se dedican a vivir de su fama cuando el pobre ya no puede protestar, que tiempo ha dejó este mundo.
Pues si hace tiempo que estiró la pata, ¿cómo se explica mi señor don Quijote que nosotros vivamos y nos hallemos ahora platicando de él, si salimos de su pluma?
Cosas de la literatura, Sancho, cosas de la literatura. Déjame que te diga ahora, en lenguaje del siglo veintiuno, que ese Instituto al que pusieron el nombre de nuestro Cervantes es un nido de políticos o de víboras, que para el caso es lo mismo, y que se andan repartiendo los altos cargos, y aun los medios, entre amigos, como siempre han hecho, para luego poder dar el salto a algún puesto de “asesor lingüístico” o consejero o concejal o parlamentario por cualquiera de los partidos reinantes. De esa forma no siempre los que están más arriba son los mejores, amigo Sancho, sino que suele ocurrir que la gente que se ha ganado el puesto por abajo viene a estar más preparada y tener más conocimientos, porque a menudo no tienen ningún amigo ni valedor que les ha ayudado, sino que por sus propios méritos lo han ganado.
Siendo así, mi señor don Quijote, esos que humildemente ganaron su puesto desde la base, trabajando por ejemplo como profesores a destajo durante mucho tiempo en una tierra extraña, ¿tendrán la posibilidad de subir y medrar en ese que llaman Instituto Cervantes?
Muy pocos de entre ellos logran hacer valer sus derechos, si derechos hubiera, a un puesto fijo y algo mejor pagado. A menudo basta que se enemisten, por cualquier causa, con alguno de los parásitos que rigen los destinos de esa Institución, para que nunca, por ninguna razón, puedan salir de su condición. Por lo que vendrás a comprender que en todas las cosas, y en estas también, se comenten injusticias por el que detenta el poder de una manera inmerecida e incompetente, sin ningún control desde abajo, y menos desde arriba. Como dice el célebre latinajo: Quis custodiet ipsos custodes?
Yo he oído decir que existen unos a manera de sindicatos, aunque no sé qué pueda ser, pues en nuestros tiempos no los había, que defienden a la gente llana como yo contra los abusos de los poderosos.
Bien dices, Sancho, esos sindicatos están para defender derechos y libertades de los que se ganan el pan con el sudor de su frente, los que por un salario venden la fuerza de su trabajo, o el ingenio que les dio Dios y los conocimientos que pudieron alcanzar para mejor ganarse la vida. Pero a menudo los mismos sindicatos se han dejado llevar por la pereza y la comodidad de sus dirigentes, y en otras ocasiones pactan vergonzosamente con los que detentan el poder, pensando quizás con razón que un mal acuerdo es mejor que ninguno.
Muy complicado lo veo yo, mi señor don Quijote, y ociosa esta conversación que no nos lleva a ninguna parte. Que le den dos higos al Instituto Cervantes, que para nada lo necesitamos vuesa merced y yo, porque bien vivimos de la fama que nos regaló ese tal Cervantes. Y a los que utilizan su nombre con tan buenos fines, pero con tan ruines mediadores, con su pan se lo coman, que un día les llegará el merecido castigo a tan malas artes.
Dios te oiga, Sancho, aunque desde que el mundo es mundo se producen injusticias y abusos de poder. Hoy, con estos ojos que lloran desconsolados y contritos he visto la verdad de muchas cosas, pues antes vivía ciego e ilusionado en la resplandeciente orden de la caballería andante. El zafio y falso bachiller Sansón Carrasco me arrancó ese sueño, y ahora no hago otra cosa que pensar en la muerte, como amiga y consuelo definitivo de tantos males.
Mi señor don Quijote no se apure, pues ahora nos vamos derechos para ese pueblo de la Mancha de cuyo nombre nuestro señor Cervantes no se quiso acordar, pero yo bien que me acuerdo y aún lo hecho a faltar, donde recio aprieta el sol y hay tan buenos jamones y un vino tan bronco que levanta a los muertos. Yo le prometo que hemos de gozar del viaje y vivir la libertad del que no conoce amo, acampando en las alamedas de Castilla y gozando del brillo de sus ríos, requebrando mozas y riéndonos en las ventas con la buena gente que no tiene nada que perder, peleándonos con los bravucones y cortos de entendederas, que también los hay. Dios proveerá, y no hay por qué tenerle miedo a la vida, como no la tuvo vuecencia cuando salió a recorrer los caminos como caballero andante.
Vamos, pues, Sancho, y muéstrame el camino.
Pedro Benengeli
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Muy enriquecedora esta entrada. Como todo lo que pones, Fran. Enhorabuena por tu amabilidad y tu esfuerzo y amor a las letras.
Me alegro de que te haya gustado. 🙂
Saludos