
En la interesante introducción de Mi vida: Relato de un hombre provincias (Alianza Editorial, 2013), Ricardo San Vicente, que es a su vez el traductor del libro de Chéjov, reflexiona sobre el estilo del maestro ruso.
Comparto con vosotros un fragmento de dicha introducción, en el que alude al estilo, pero también a la predisposición (sin éxito) de Chéjov a escribir novelas, lo cual le pesaba en el ánimo: lo intentó en numerosas ocasiones. Recordemos que a otro gran cuentista, Jorge Luis Borges, tampoco se le daba la novela, aunque creo que este ni siquiera lo intentó… Pero esa es otra historia.
Chéjov y la novela (fragmento entresacado de la introducción de Ricardo San Vicente)
Otro de los aspectos de la obra de Chéjov tratados a menudo es su peculiar estilo.
Los estudiosos de Chéjov acostumbran a polemizar sobre si en toda su vida el narrador no fue capaz de escribir una novela, o si sencillamente había renunciado a seguir los pasos de los grandes maestros como Tolstói, Dostoyevski, o incluso Leskov.
Es sabido que La estepa es el principio de una novela que se quedó en relato. O por ejemplo, O. Suvorin, su editor, escribía tras la muerte de Chéjov: “Había una cosa que lo martirizaba: no se le daba la novela, en cambio era algo que anhelaba lograr y que había intentado en muchas ocasiones. Pero se diría que no se le daban los marcos y [Chéjov] abandona los capítulos empezados”. Otros investigadores más piadosos han intentado el supuesto fracaso de Chéjov en el terreno de las grandes obras arguyendo que cada relato de Chéjov era una novela condensada. Más aún, una hipótesis que explicaría el durísimo y largo viaje del escritor, sabedor ya entonces de su avanzada tuberculosis, a la isla penal de Salajín, es que en realidad Chéjov se había lanzado a aquella aventura tanto por sentirse moralmente obligado a dar cuenta al mundo de las condiciones que soportaban los reclusos rusos, como, sobre todo, para dar con nuevos argumentos.
Ciertamente, Chéjov mantuvo una difícil relación con todo lo grande: con las grandes ideas, las grandes obras, los grandes amores y los compromisos sonoros. Y Mi vida es una muestra más de este supuesto problema. La obra –con un primer título: Mi boda– nació como un relato, pero en el proceso de creación fue creciendo hasta plantearse como una novela, para luego quedarse en una póvest (algo que los franceses llaman nouvelle en oposición al roman y que se halla entre la novela y el relato largo).
Aunque, en realidad, lo que sucede con la poética de Chéjov es que el autor subvierte todos los valores literarios de sus maestros. Chéjov realiza una revolución silenciosa –a veces imperceptible para algunos críticos que convierten su ceguera en estupor– en la literatura de su tiempo. Frente a los grandes géneros Chéjov practica los menores, el cuento y el vodevil. Frente a los grandes héroes y sucesos memorables, Chéjov detiene su mirada inquieta en los hombres casuales y ordinarios en las situaciones más fortuitas. Durante los primeros años de escritor el estudiante de medicina y luego médico sitúa en un claro segundo lugar la actividad literaria, que muchas veces considera públicamente como una actividad mercenaria, en las antípodas del arte sagrado de llevar la verdad a los hombres (véase Dostoyevski y Tolstói). Mientras los genios sufrían creando sus grandes obras maestras, Chéjov hablaba de sus “cositas” y comentaba que le costaba más cobrarlas que escribirlas. Todo ello se debe a una actitud consciente de desacralizar las “bellas letras” y a sus creadores.
Esta actitud irreverente se extiende en Chéjov hasta la propia concepción del arte literario. Si hasta él los escritores enmarcaban su ficción en los modelos literarios y los moldes de su tiempo, el autor de Mi vida adapta el instrumental narrativo a aquello que pretende narrar, creando de esta manera nuevos modelos. Así ocurrió con las novelas que no lo eran como con los dramas que tampoco correspondían a la idea que se tenía en el teatro en su tiempo. Tanto en sus narraciones como en su teatro, prolongación natural de su talento narrativo, Chéjov supedita el instrumento a lo que nos quiere transmitir, hasta crear un modo nuevo de narrar y de hacer teatro. Con un solo fin: que su ficción, siguiendo también en esto a Maupassant, sea real como la vida misma. En esto consiste el arte de Chéjov: seleccionar los elementos significativos –sean éstos un trazo del paisaje, una expresión o un movimiento– y enmascarar el complejo artesonado de los procedimientos literarios hasta hacer fluir la narración o la acción, fortuita o casual, natural y aparentemente anodina, como la vida misma… para reflexionar con la serenidad que permite la ficción sobre ella […]».
Fragmento de Introducción: Dos notas sobre Chéjov, por Ricardo San Vicente
Mi vida: Relato de un hombre provincias (Alianza Editorial, 2013)
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Última actualización el 2023-09-28 / Enlaces de afiliados / Imágenes de la API para Afiliados

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