
Hace ocho o nueve años hice una lectura en la cárcel de Badajoz para un grupo de presos que asistían a un taller de literatura. Como leí textos intimistas y desnudos que rescataban los momentos más oscuros de mi vida, los presos me identificaron como uno de los suyos (joder, no sé si esto suena bien o mal, pero fue así) y se volcaron en la lectura. Me llegaron a preguntar incluso si alguna vez había pensado en suicidarme. (Ahora que lo pienso, debería haber compaginado los textos «intensos» con algunas de mis humoradas literarias, para rebajar el tono).