Cuando yo tenía cuatro años, una de las personas que más me ha querido nunca –murió el año pasado y no hay día en que no piense en él– me vistió con la equipación del Real Madrid (camiseta, pantalones cortos y botas) antes del partido que iba a disputar el equipo que él entrenaba. Por ahí ronda esa fotografía, testimonio de una infancia irrecuperable, feliz y blanca.
Desde entonces no he vuelto a ponerme ninguna prenda que me identifique con mi equipo de fútbol. Soy un aficionado discreto que disfruta mucho los partidos, en el campo o en el mullido sofá del salón, casi siempre en silencio, ajeno a las estridencias. Se entenderá, pues, que no haya sentido nunca la tentación de vestir una prenda de forofos.
Pero esta mañana me han regalado el celebérrimo Patria, de Fernando Aramburu, una entrada para el Real Madrid-Sevilla y ¡una camiseta del Real Madrid! Me ha hecho tanta ilusión el detalle de la camiseta, que me he permitido, mientras untaba la mantequilla en las tostadas, sentirme un niño de cuatro años.
Tras el gol in extremis del pasado domingo que daba la victoria al Barça, Leo Messi se quitó la camiseta y la exhibió, cual gladiador que acaba de cortar su última cabeza, a un sector de las gradas. Fue una exhibición de poder ante el eterno rival, pero también de miedo, o, si se prefiere, de coraje ante el miedo: el Barça corre el riesgo de no ganar ningún título este año. Por de pronto, ya está apeado de la Champions, y si no hubieran ganado el domingo, tendrían que haberse olvidado también de la Liga.
De entre las muchas modalidades posibles para celebrar su gol y la correspondiente victoria, Messi eligió quitarse la camiseta y mostrarla ante el ancho mundo. Él es consciente, como cualquier aficionado al deporte rey, que una camiseta es un trozo de tela con la que los equipos de fútbol hacen negocios millonarios para poder pagar fichajes como el suyo. Es eso, pero también la prenda que nos conecta sentimentalmente con las personas que más queremos.
Para su desazón, después de aquel partido remoto, mi padre no volvió a verme nunca más vestido con la indumentaria del equipo de sus amores. Hoy, con la excusa de que cumplo medio siglo de vida, me la he puesto y, al mirarme en el espejo, he sentido su mano sobre mi hombro y a continuación he escuchado, envueltas en la vehemencia que le caracterizaba, sus quejas de que el puñetero árbitro no hubiera pitado el penalti que Samuel Umtiti le hizo a Cristiano Ronaldo en el primer minuto de la contienda, cuando el Bernabéu, como el París de Hemingway, aún era una fiesta.
Francisco Rodríguez Criado es escritor, corrector de estilo y editor de blogs de literatura y corrección lingüística.
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