
Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1888 – Buenos Aires, 1963) es para muchos el autor de las greguerías, obviando que su vasta obra abarca decenas de libros –quizá lleguen a cien– repartidos entre novelas, obras de teatro, ensayos, microrrelatos, cuentos, artículos periodísticos y, cómo no, las citadas greguerías.
Su estilo vanguardista, desenfadado y ajeno a las convicciones de la época, sigue siendo un referente literario para lectores y escritores, sobre todo algunos cultores del microrrelato, que hallan en él un modelo a seguir.
Os dejo a continuación cinco de sus microrrelatos: “El que veía en la obscuridad”, “Peor que el infierno”, “Invención del carnaval”, “El fanático de Dios” y “Brujería del gato”.
EL QUE VEÍA EN LA OBSCURIDAD
Aquel joven veía en la obscuridad porque le había mordido un gato, siendo niño, en el centro más nervioso del ser, en el codo.
Primero se creyó que aquello sería una ventaja para él; pero poco a poco fue volviéndose un misántropo.
Por ver en la obscuridad había visto antes de tiempo la verdad de la vida, la escena que la resume por entero.
Por ver en la obscuridad había visto a los seres a quienes tenía más respeto aprovecharse de la obscuridad.
Por ver en la obscuridad había visto en los túneles cómo las mujeres pálidas y de una hipocresía perfecta se dejaban coger la mano en la obscuridad, mientras los demás, desconfiando unos de otros, se echaban mano a la cartera.
Por ver en la obscuridad al entrar en los sótanos o en las profundas minas vio a los animales genuinos de la obscuridad con su cara más fea que la de nadie.
Por ver en la obscuridad vio su mismo gesto en el espejo, gesto mortal, que sin ver en la obscuridad no habría visto nunca y no le habría dejado tan desengañado.
Por ver en la obscuridad vio el gesto de hastío de las mujeres, hasta en las que dormían a su lado, y a las que no decía que veía en la obscuridad por no asustarlas.
Por ver en la obscuridad ha comprendido lo cochina que es la humanidad, que aprovecha la obscuridad para andarse en las narices.
Por ver en la obscuridad se tuvo que suicidar.
PEOR QUE EL INFIERNO
¡Oh, la crueldad incomprensible, inadmisible! Le sentenció Dios a muchos miles de siglos de purgatorio porque si los hombres al que no matan, al que absuelven de la última pena lo sentencian casi a lo mismo con sus treinta años, Dios, al que perdona del Infierno, le condena, a veces, a toda la eternidad menos un día, y aunque ese día mata por completo toda la eternidad, ¡cuán vieja y cuan postrada no estará el alma el día en que cumpla la condena! Estará idiota como el alma de la ramera Elisa, de Goncourt, cuando sale del presidio silencioso.
“¡Cuántas hojas de almanaque, cuántos lunes, cuántos domingos, cuántos primeros de año esperando un primero de año separado por tantísimos años!”, pensaba el sentenciado, y no pudiendo resistir aquello, le pidió al Dios tan abusivamente cruel, que le desterrase al infierno definitivamente, porque allí no hay ninguna impaciencia.
“¡Matadme la esperanza! ¡Matad a esa esperanza que piensa en la fecha final, en la fecha inmensamente lejana!”, gritaba aquel hombre que por fin fue enviado al Infierno, donde se le alivió la desesperación.
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INVENCIÓN DEL CARNAVAL
En aquel primer Carnaval del mundo, cuando aún no existían más seres humanos que los que componían la primera pareja, Adán sintió ganas de disfrazarse para dar broma a Eva, y tomando un pámpano, le abrió los dos agujeros de los ojos y lo convirtió en careta. Después envolvió su cuerpo en grandes hojas de tabaco y de esa guisa se dirigió a Eva.
Eva, un poco sorprendida ante aquella voz de falsete que le preguntaba con insistencia: “¿Quién soy?, ¿quién soy?”, respondió:
–¡Pedro!
EL FANÁTICO DE DIOS
Leía todas las oraciones de todas las biblias, de todos los libros sagrados, rezaba a todos los dioses y era zoólatra, idólatra, politeísta y monoteísta… Todo el día lo dedicaba a todos los cultos.
Y murió, y al entrar en el reino de las sombras se encontró con un Dios que no estaba citado en ninguna de sus teogonías, un Dios extraño y callado que le cogió y le amasó en la masa común, otra vez en el barro común.
BRUJERÍA DEL GATO
Por complicidad con la bruja había sido enjaulado el gato.
Los inquisidores sospechaban que podía haber diablo escondido bajo la piel del gato y fue sentenciado a arder en pira aparte, porque podía haber pecado de bestialidad al quemar en la misma hoguera persona humana y animal.
Bien maniatado con cadenas, el gato brujesco produjo un repeluzno de escalofrío entre los asistentes al auto de fe. Había algo de caza luciferiana en la presencia del gato.
La leña de la propiciación comenzó a arder y durante un largo rato se oyeron maullidos infernales, hasta que al final, ya consumida la fogata, se vieron sobre las cenizas dos ascuas que no se apagaban, los dos ojos fosforescentes del gato.
Cuentos y poscuentos. ¿Hacia dónde camina el género del relato corto?
Libros de Ramón Gómez de la Serna
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