Del gran escritor español Ramón Gómez de la Serna, gran innovador de la narrativa, os ofrecemos tres cuentos muy breves
El negro condenado a muerte
Aquel negro había tenido la avilantez de amar a una blanca y eso, en la pulcra yanquilandia, no se perdona.
Los jueces, que por algo se lavaban los dientes cuatro veces al día, pronunciaron una terrible sentencia condenatoria. El negro sería ejecutado por tres veces con macabra saña.
La noche de capilla fue aterradora para el pobre hombre empavonado, tan terrible que, cuando le llevaron a matar en la madrugada de ojos pitañosos, se había vuelto blanco.
Así como en la noche de la capilla última ha habido condenados que han encanecido por completo aun habiendo entrado pelijóvenes, el negro se había convertido en blanco.
En vista de eso, los jueces se reunieron en consejo urgente y como, al perder el color, el delito se había convertido en falta, optaron por casar a la pareja de blancos.
El extraño panadero
En París, en el principio de la mañana, cuando los panaderos pasan con sus cestas de pan a la cabeza, cruza entre ellos un extraño panadero, cuya cesta también humea y huele a vida fresca y tiene el tipo de las cestas del pan reciente y temprano. ¿Pero sabéis qué cesta es la que lleva en la cabeza tan temprano ese renegrido panadero? Pues la cesta de la guillotina, con los que acaban de ser descabezados y que van a enterrar al cementerio de los espurios.
La cleptómana de cucharillas
Era poderosa y aristocrática, pero tenía la obsesión de las cucharillas.
Es esa una cleptomanía corriente, sobre todo en los palacios reales, y por eso hubo reyes que cambiaron las de oro por otras de similor, para evitar que se llevasen costoso ”recuerdo de S. M.”.
Poseía cucharillas de los mejores hoteles del mundo, de las casas más nobles —con el escudo en el agarradero–, y hasta algunas arrancadas a las colecciones napoleónicas.
Un día, sin poder resistir mi curiosidad, le pregunté qué se proponía almacenando tantas cucharillas. Entonces la cleptómana me dijo en voz baja:
—Vengarme del mundo… Dejarlo sin una cucharilla… Que muevan el café con tenedor.
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