MALEFICIO
“Hay una condición peor que la ceguera, y es ver algo que no es”.
Muy querida Lucy, luz de mi vida, no vas a creer lo que me ocurrió esta mañana en el consultorio, pero es la pura verdad lo que voy a contarte. Un paciente que me visitaba por primera vez había llegado alegando extrema urgencia para que le viera el fondo de ojo, sin darme mayores explicaciones. Mientras lo examinaba, de pronto pestañeó varias veces –pensé quizá nervioso por las consecuencias que pudiese tener el resultado del examen-, y, no te lo imaginas, unos instantes después comencé a ver puntos negros que se movían erráticamente frente a mis ojos, como figuras flotantes, se me iba nublando la visión poco a poco hasta quedar ciego y en penumbras, como me siento ahora. El individuo se fue presuroso y se perdió de vista, según me contó la secretaria, aterrada al verme en ese estado. Intentó ponerme unas gotitas, pero fue en vano. Ahora estoy esperando al médico, no puedo decirte más en estos momentos sobre lo que me sucede. No tengo una explicación verosímil todavía, salvo especulaciones delirantes sobre alguien desconocido, el mismo paciente, tal vez, que pudiese haberme echado una maldición, la que llaman mal de ojo, sin saber por qué, con las perturbaciones consecuentes, aunque jamás he creído, como tú bien sabes, en esas supersticiones tenebrosas. Podrás comprender que esta carta se la he dictado a mi secretaria. Entre mis alucinaciones y dudas, me he puesto a pensar con horror en la posibilidad de permanecer así por el resto de mi vida, pero quizá con el consuelo penoso de ser uno más en ese olimpo de los ciegos gloriosos, junto a figuras tan venerables como Jorge Luis Borges, Joaquín Rodrigo, John Milton, Helen Keller, y los aún vivos, Andrea Bocelli y José Feliciano, y, por supuesto, Louis Braille. Mira hasta dónde han llegado mis delirios. Amada mía, ahora sí que puedo reiterarte con razón y corazón, lo que tantas veces te dije antes: que mi amor por ti era verdaderamente ciego y que ahora seguirá siéndolo aún más en las tristes circunstancias que estoy viviendo. Cuando vengas a verme –espero que no te arrepientas de ver a este pobre ciego-, tráeme, por favor, un bastón blanco y un perro bien entrenado.
Te lo agradece de corazón, tu amante enceguecido de amor,
Homero
EL NÚMERO SAGRADO
Rafael había soñado esa noche con números, con muchos números, con infinitos números bailando entremezclados, signos cuyos alcances y significado no podía comprender, pero que lo fascinaron y le parecieron mágicos. Después de ese sueño asombroso, había intuido que su vida ya no sería más la misma y comenzó a mostrar un interés inusual, obsesivo, por las diferentes cifras y sus posibilidades de aplicación en la vida diaria. Notó que su nombre tenía 6 letras, se llamó a sí mismo 6, y poco a poco empezó a ponerle un número a todo lo que veía, animales, plantas, objetos materiales disímiles y variados, fenómenos naturales en el cielo y la tierra. Para no repetirse ingeniaba combinaciones asombrosas formando frases con números que él retenía fácilmente Había creado, sin saberlo, una estructura numérica armoniosa integrada a todo el orden natural del universo. En el pueblo conoció a una joven, María, de la cual se enamoró y le puso de inmediato el número 5. A los pájaros les asignó el número 7. A los riachuelos, el 10. Gato era el 4. Como no creía en la fatalidad de los números -no era supersticioso-, la expresión “cosechar la uva” la definió simplemente con el número 13. Y tampoco le importaba mucho la virtud del número 21 como ejemplo de buena suerte. Para él, era: “Hoy truenos y relámpagos”. El número 0 le intrigó de manera especial. Lo vio como un círculo vacío, la nada o el todo, dependiendo de cómo lo mirase y de su imaginación. Y quizá percibió el sentido de la palabra Dios y de lo que parecía ser la perfección y lo infinito. Y le puso ese número.
PREGUNTAS BÁSICAS
Mientras escribía el dónde de la noticia, fue sorprendido por un cuándo y un cómo inesperados: su muerte súbita.
HOMO SAPIENS
Se dio cuenta con cierto asombro de que el televisor reía, y lloraba por él, sentía por él y que cuando lo apagaba no tenía ni pensamientos propios ni tampoco emociones. Dudó unos instantes, lanzó un profundo suspiro de alivio y lo encendió convencido de que era preferible y más cómodo creer y sentir lo que le mostraban en la pantalla que darse el penoso esfuerzo de pensar por sí mismo.
NOVELA
Releyó el manuscrito una y otra vez, primero en forma rápida y luego pausadamente, desde la primera hasta la última línea. Después hizo lo propio alrevés, desde la última hasta la primera página. Escogíó algunas hojas al azar, y volvió a leer lo que ya se sabía de memoria. Cogió el manuscrito, y antes de tirarlo a la basura, le puso el título que le faltaba: “No tengo nada que decir”.
MALEFICIO
“Hay una condición peor que la ceguera, y es ver algo que no es”.
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